dc.description.abstract | Sabemos que la democracia en pañales de 1983 no derivó
de una etapa de negociación con la dictadura en funciones,
tal como en España, Uruguay, Brasil y Chile; de manera
abrupta, luego de una guerra perdida, la democracia des puntó en cambio al impulso de la tradición republicana,
invocando el Preámbulo de la Constitución Nacional, y de un
acto, inspirado en la filosofía con pretensión universal de los
derechos humanos, que juzgó y condenó a las tres vertientes
de la violencia política que desgarraron a nuestra sociedad.
Esta transcendente decisión, en el origen mismo de la
presidencia constitucional de Raúl Alfonsín, cortó de cuajo,
más allá de rebeliones y asonadas, el vicioso péndulo de
gobiernos civiles y militares que marcó el ritmo de una crisis
de legitimidad de medio siglo iniciada en 1930. Al paso de
estos cuarenta años, este punto de partida —un encendido
prólogo— puede dar lugar a un juicio terminante. Jamás, en
el decurso del último siglo, hubo régimen con tal voluntad
de duración.
Benjamin Constant decía que sin duración no hay legiti midad. Estas cuatro décadas conforman pues la plataforma
de una legitimidad básica sobre la cual planean, parafrase ando a Sarmiento, conflictos y armonías. Si recordamos el
clima alborozado de aquel momento, la democracia naci ente en 1983 planteó de entrada un proyecto fundado en la
esperanza: al «Nunca Más» de la política armada, que dirim ieron golpes de Estado, crímenes, torturas y la ambición de
montar dominaciones autoritarias, se sumó, diría Bobbio,
un abanico de promesas | es_AR |