dc.description.abstract | El surgimiento de pandemias en las crecientes urbanizaciones de la segunda mitad del siglo XIX obligó a cambiar significativamente las políticas sanitarias en la Argentina. Junto con la fiebre amarilla o el cólera, enfermedades venéreas, como sífilis y gonorrea, así como afecciones como neurastenia, histeria o “debilidad nerviosa” adquirieron una marcada presencia en la cultura sanitaria. Dentro del mercado local, comenzaron a proliferar diversas sustancias, como tónicos y aceites vendidos en farmacias, boticas y otros puntos de distribución. Asimismo, se fueron instalando emprendimientos terapéuticos privados, provistos con suministro eléctrico e implementos técnicos, como centros de hidroterapia, electroterapia, gimnasia mecánica, entre otros. Los médicos, junto con los comerciantes, se sumaron al mercado de ofertas de productos y servicios para la sanación de males diversos, que fueron promocionados como objetos de consumo a través de avisos, publicidades en diarios, revistas y otros medios de difusión.
A finales de siglo XIX, en Buenos Aires se podía observar una creciente comercialización de una amplia gama de productos vinculados a la salud, que serían promotores tanto de la expansión del mercado interno como de modificaciones en las pautas de consumo. Alimentos, indumentaria, muebles, adornos, bebidas eran despachados por una extensa red de negocios y agentes sociales. No obstante, el auge que generó este fenómeno, también surgirían expresiones de descontento y desconfianza, tanto de sectores de la sociedad como del propio gobierno a cargo, que cuestionarían estas prácticas por considerarlas como “curanderismo” o “charlatanismo”.1 Con frecuencia, muchos productos eran comercializados por fuera de los locales habilitados y los servicios eran realizados por no diplomados. Dentro de estos cuestionamientos, las prácticas de hidroterapia tendrían sus detractores. | es_AR |