Diferentes miradas sobre el aborigen en la ocupación del territorio fueguino. Científicos y religiosos en tierra del fuego (1826-1924)

Abstract

Una de las leyendas selk’nam que recopiló Martín Gusinde, nos cuenta la historia de Taiyin, el héroe legendario que mató a Taita, la perversa arpía que, en los tiempos míticos en que aún no existía el Estrecho, tenía sometida a toda la gente al acaparar el agua y monopolizar la caza de guanacos. Taiyin mató a esta siniestra hechicera arrojándole una piedra a la cabeza. Sin embargo, la sangre surgida del crimen contaminó las aguas, con lo cual Taita, aún muerta, continuaba sojuzgando al pueblo porque la gente siguió sin poder beber. Entonces Taiyin inicia un segundo acto heroico: después de intentar limpiar las aguas sucias y ver que la tarea era imposible, comienza a lanzar grandes rocas en todas direcciones para abrir nuevos pozos y cursos de agua limpia. El impacto de la roca más grande lanzada hacia el norte es la que abre la tierra y crea el estrecho, dejando convertida en isla la tierra de los Selk’nam: Karukinka. Así, en el origen de este pueblo, la sangre reemplazaba al agua y el precio de recuperar el líquido vital fue el aislamiento de los fueguinos en la isla del fin del mundo. Sangre en el principio y sangre en el final, porque si en los tiempos legendarios fue la sangre de una bruja perversa, muchos siglos después fue la llegada del hombre blanco lo que los llevó al exterminio. El hecho de que en un período que apenas superó el cuarto de siglo se aniquiló literalmente a una población que hacía milenios vivía en un mundo si no feliz –lo cual siempre va a hacer una presunción subjetiva- por lo menos estable y respetuosa de la naturaleza, produce una sensación de vergüenza difícil de dulcificar con excusas tales como las ideas dominantes de la época, la fatalidad histórica o la comparación con procesos similares en el resto del mundo.